martes, 10 de noviembre de 2015

Capítulo XXXIV: La batalla en el cementerio.



El día fue bastante pesado. Estuvieron de aquí a allá por toda la ciudad visitando lugares históricos que les ayudarían a ampliar la rama de investigación, sin embargo se dejaron llevar un poco por la emoción de conocer la ciudad y sus diferentes calles y avenidas. Si bien ellos venían de Londres, el paisaje urbano de Guadalajara era tan diferente al que estaban acostumbrados que se perdieron un momento en su propio ver y horizonte. Eran ya medio día cuando fueron a comer un restaurante en el centro de un estilo muy mexicano. Estaba ubicado en el andador Morelos, cerca de aquel Hospicio que ya habían visitado.
—Chicos, estuve pensando sobre el donde pueden investigar más respecto a los Hillers. —Les dijo Anne mientras daba un sorbo a la cerveza que tenía junto a su comida.
— ¿Dónde? —Preguntó Flammer quien estaba un poco ebrio debido a que había estado probando diferentes tequilas que vendían en el restaurante.
—Es una colonia… Bueno, realmente es como un pequeño pueblo a las afueras de la ciudad. Se llama San Martin de las Flores y aunque los comunes aseguran que ahí ocurre mucha brujería, pero claro, eso es mera superstición de ellos, pues sólo viven 5 brujos ahí y son de una antigua familia, sin contar que se mantienen muy bien ocultos de los ojos de los curiosos. De igual forma, jamás nos hemos acercado a ellos en busca de ayuda, por lo que espero quieran colaborar, ya que el organismo no tendrá mucha autoridad sobre ellos al ser algo más extraoficial… Aunque si busco bien, podría encontrar un vacío legal…
— ¿Segura que ahí podremos encontrar algo? —Preguntó Hada, quien jugaba con su copa.
—Eso espero… Hace años que no mandan a ningún agente hacía ese lugar. Espero que si ayuden.
—Pero más que ayudar —Dijo Herman. —Necesitamos encontrar las mansiones de ambas familias. Es obvio que están extremadamente ocultas por varios sortilegios lanzados hace ya muchos años, pero necesitamos estar seguros que podremos encontrarlos.
—Es que ese lugar no es seguro que encontremos nada. Miré, señor DuMort, ahí está la tumba de un viejo mago que fue bien conocido aun entre los comunes, y esa vieja familia mágica de la que les hablé, hace años, más de un siglo que no tenemos contacto con ella debido a que demostraron que eran bastante diferentes en las ideas que teníamos respecto al cómo llevar el orden y registro de todos aquellos practicantes por nacimiento de la magia. No sé si sigan con el rencor de ser exiliados de cierta forma hacía ese lugar, pero debemos tener cuidado.
— ¿Cuidado? ¿Cuidado de qué? Soy Flammer Actecmer. El último de la familia que trajo la magia a este continente de mierda. —Dijo el chico, que comenzaba a ponerse un poco grave debido al alcohol y que no controlaba del todo el beber de forma tan acelerada.
—Flam, por favor cállate y deja a los adultos hablar. Estamos intentando ayudarte. —Dijo Marian, quien estaba notablemente irritable. —Mi opinión es, vayamos a ese lugar e investiguemos y si esos no nos quieren ayudar, los torturamos hasta que nos digan que pasó y ya si de verdad no saben, les borramos la memoria o algo, ¡qué sé yo! —Dijo casi gritando la muchacha.
—Tranquila, cariño. —Le habló Herman sujetándola del hombro.
—Muy bien, vayamos a ese lugar. Pero antes debemos pasar al hotel por poción anti etílica ya que Flammer está grave y no quiero que esté medio inconsciente mientras estemos ahí.
Mientras iban en camino al pueblo en una camioneta bastante lujosa (el servicio que usaban para transportase les ofrecía como única posibilidad para moverse tantas personas un automóvil de ese tipo) comenzaron a platicar con el conductor sobre ese lugar. Les dijo que se había tornado bastante peligroso durante un tiempo, pero que la reciente administración gubernamental logró recuperar gran parte de la colonia y reducir la violencia y criminalidad, pero la mala fama de antaño le seguía a donde sea que era mencionado. También les mencionó que algo que ayudó mucho a ese lugar fue la inauguración de la preparatoria, que si bien ya tenía más de 15 años y era relativamente nueva, seguía dando de qué hablar debido al alto nivel educativo que llegó a alcanzar.
—Veo que no son de aquí. ¿De qué parte son? —Preguntó el conductor, quien iba vestido bastante formal.
—Yo y el chico que viene sentado junto a la muchacha pelirroja, somos de aquí, de Guadalajara, pero él se crio en Inglaterra. Los otros tres si son ingleses. Sólo que le entró la duda por saber más de su familia, usted sabe, lo normal, y por eso estamos aquí. Aparte que escuchamos hablar mucho de este lugar y queríamos venir a visitarlo.
— Vaya, siempre es bueno conocer a gente de otros países. Y usted señorita, ¿los conoce de hace tiempo o por qué viene con ellos?
— Soy una vieja amiga, por así decirlo. Les ofrecí guiarlos mientras estuvieran aquí. — Dijo Anne, quien siguió hablando con el conductor hasta que llegaron a las puertas de la preparatoria, que se encontraba a un lado del cementerio del lugar. — Muchas gracias, señor, espero que de regreso sea usted mismo quien nos lleve. — Se despidió de él y caminaron hacía la entrada principal. Si bien el camposanto no se veía precisamente antiguo como el de Belén, y bastante más rústico, daba cierto aspecto de ser el lugar indicado para encontrar aunque fuera un poco de respuestas. Entraron y mientras caminaban entre las tumbas, Flammer comentó que sentía como si alguien los siguiera, pero no había nadie, así que siguieron su camino hasta llegar a una tumba blanca con cúpula. Tenía en el epitafio grabado el nombre de «Juan Manuel Fierros. Querido y respetado. Gracias por todo la ayuda al pueblo de San Martin»
— Miren chicos, se cree que esta persona fue el brujo más famoso de la comunidad. Murió en el año 1980 y sabemos que dejó varios hijos, pero desconocemos si nacieron con habilidades mágicas.  
— ¿Qué hay detrás del cerro, Anne? —Preguntó Flammer quien estaba volteando a todos lados, con la paranoia cada vez más creciente.
—Realmente, nada. Había una vieja mina de cantera que fue abandonada hace unos años ya, y sobre el cerro sólo está la cruz que usan los comunes durante las representaciones de la pasión de Cristo cada que las fiestas correspondientes llegan. Realmente no estoy muy segura sobre el destino de lo que hacen, pero les gusta mucho verlo.
—Es extraño. No hay fantasmas…—Dijo Hada, quien comenzó a comportarse igual a Flammer en cierto momento.
—Es verdad… Y de hecho se siente mucho la influencia mágica, pero no de la que nosotros conocemos. —Opinó Herman, quien sin pensarlo dos veces sacó su varita, apuntando a todos lados.
—En eso tienes razón. —Se escuchó una voz desconocida que no supieron de donde vino. —Vinieron al lugar equivocado, forasteros. ¿Quiénes son y que hacen aquí? —Dijo la misma voz, sin revelar de dónde venían.
—Nada que te interese. Son asuntos de alto secreto y ahora lárgate si no quieres que te asesine. —Dijo Actecmer, quien sacó su varita también.
— ¿Asesinarme? Te tengo en ventaja, ni siquiera [— Homenum Revelio— se esuchó a Hada decir.] sabes dónde estoy.
—Bueno, ahora lo sabemos, indio de mierda. Ni siquiera puedes hacer un hechizo desvanecedor bueno. — ¡Desmaius! —Gritó Flammer hacía una de las 6 figuras que habían aparecido, quien desvió el hechizo con facilidad.
—No lo diré, nuevamente, ¿quiénes son y qué hacen aquí?
—Soy Flammer Actecmer. Último de la familia más grande de magos que han existido aquí en este país.
— ¿Un Actecmer? ¿Pero que los señores Hillers no habían acabado con ustedes? ¡Malditas larvas! Son una peste. —Dijo apuntando con su dedo, mientras un rayo de luz plateada salía de este. Flammer lo desvió sin dificultad hacía un árbol que se redujo a miles de astillas en un ruido sordo. Hada comenzó a lanzar hechizos hacía otro de los sujetos, quien desviaba los que podía mientras intentaba contraatacar. Herman y Marian estaban luchando pegados a la espalda del otro lanzando maldiciones hacia tres personas a la vez. Anne, se batía en duelo con dos personas quienes sin lugar a duda eran superiores a ella en técnica, más no en hechizos, pues la chica lograba quitárselos de encima de manera muy fácil, pero por la agilidad de los sujetos, esquivaban todos los que lanzaba. Flammer comenzó a atacar con maldiciones cada vez más fuertes e incluso ilegales, pues aunque no eran imperdonables, al no ser registradas, eran prohibidas. Creó una enorme bola de agua que congeló al instante y atacó con cientos de cristales de hielo hacía su contrincante, quien afortunadamente, conjuró un hechizo de protección que hizo nieve los picos de hielo. Usando su varita, hizo una enorme lengua de fuego que hizo estallar alrededor de la persona, quien simplemente desapareció del lugar cambio de posición. Hada, por su lado, ya había dejado fuera de combate a su oponente usando un hechizo de invocación que le lanzó cientos de rocas hasta que una lo dejó inconsciente. Ahora ayudaba a Anne, quien notablemente no estaba acostumbrada al combate real, sólo al de entrenamiento. Sin importante, comenzó a lanzar rayos verdes de su varita, hasta que uno impactó en un adversario quien cayó pesadamente al suelo, sin vida. Herman y Marian también tenían problemas, pues los tipos con quienes peleaban, claramente eran experimentados, sin embargo se mantenían a la par, tratando de desmayarlos o cortar alguna parte de su cuerpo. Flammer, por otro lado, comenzaba a atacar con más brusquedad, lanzando hechizo tras hechizo apoyándose de la varita y su mano, hasta que logró cortar la mano de su adversario, a quien rápidamente amarró con gruesas cadenas que materializó para lugar matar por la espalda a uno de los enemigos de Herman y Marian, haciendo que el otro desapareciera sin más. Anne, logró dejar fuera de combate a quien lanzaba hechizos contra ella cuando comenzó a quemarlo por medio de un hechizo que le prendió fuego a todo su cuerpo.
—Muy bien, imbécil. —Dijo Actecmer, bastante agitado y cansado. —Ahora nos vas a decir que sabes de los Hillers.
—Jamás les diré nada, así tengan que cortarme la lengua. —Respondió, mientras se retorcía tratando de zafarse. —Anne rio ante la negativa.
—Cuantas veces no he escuchado eso… Vengan, agárrenlo y tomen mi brazo. Los llevaré al perfecto lugar para interrogarlo. Entenderán por qué no usamos la maldición crucio en México. —La chica extendió el brazo, todos la tomaron y desaparecieron sin dejar rastro alguno. Unos minutos después, llegaron

No hay comentarios:

Publicar un comentario