martes, 14 de agosto de 2018

Capítulo LXII: Más allá de la muerte.


Flammer sintió su espalda romperse, su cuello y piernas no sufrieron mejor suerte al estrellarse contra las piedras del acantilado. Su cuerpo quedó destrozado, un charco de sangre quedó bajo de él y su mente se nubló. Sabía que su cuerpo acaba de sufrir un daño irreparable, que lo hubiera matado sin más, pero él sabía que aún estaba ahí, tenía la certeza, aunque ya no pudiera sentir nada.
—¡Mierda!—Exclamó el guardia que lo vio caer y destrozarse contra las rocas. —Bueno, el gran Flammer Actcemer se ha ido. Ahora veremos si la otra zorra tiene mejor suerte que este pobre desgraciado. —El centinela dio media vuelta y regresó por donde vino, dejando el cadáver hasta el fondo del acantilado.
Dos guardias empujaron a Hada por un lugar similar a donde Flammer murió. Cayó un par de metros pero en lugar de tocar estrepitosamente las rocas, se plantó con delicadeza en el suelo, viendo con una sonrisa burlona a sus verdugos.
— ¿Pero qué mierda? —Sin embargo, antes de que pudiera decir algo más, como si un rayo se hubiera elevado del suelo a la tierra, una mole golpeó a los dos, dejándolos inconscientes. Hada desplegó sus dos enormes alas doradas y voló un par de metros, donde encontró el cadáver de Flammer ensangrentado.
—Oh, cariño… —Se lamentó la chica durante un breve periodo de tiempo, sacando de entre las harapientas ropas una varita desgastada y que desde luego, no era la suya. Con un movimiento circular hizo que una nube negra se materializara, la cual se convirtió en polvo poco a poco cubriendo el cuerpo sin vida de Flammer. De un momento a otro, el cadáver abrió los ojos y dio una bocanada de aire, mientras Hada lo envolvía en una especie de fuego verde que poco a poco comenzó a curar sus heridad hasta dejarlo ileso.
—Debo admitir. —Dijo Flammer, levantándose lentamente. —Que cuando hice esta práctica en un animal, no pensé que funcionara con un humano, o mas bien, no creí que fuera a funcionar siendo un pedazo de alma, producto de un horrocrux.
—Nadie lo creyó, y de hecho lo hice como último recurso después de escuchar que serías asesinado. Pero basta de hablar. Debes continuar el plan.
—Entonces adelante. —Flammer volteó hacía arriba, de donde cayó hasta el borde del patio de la prisión. — ¿Conseguiste una varita para mi? No quiero arriesgarme a ejecutar magia más poderosa de lo que soy capaz y ahora si morir. —Hada lo observó, lanzándole una varita similar a la suya. —Bueno, peor es nada, vamos. —Ambos apuntaron al cielo y con un enorme chorro de agua se impulsaron hacía el cielo, volviendo a caer en la plataforma de donde habían sido arrojados solo unos segundos antes, siendo observados por guardias atónitos que estaban ahí, incrédulos. Flammer y Hada lanzaron maldiciones asesinas certeras a cada uno de los centinelas presentes, dejándolos tendidos en el piso. Caminaron lentamente por los pasillos, mientras los prisioneros los observaban con temor y asombrados. Siguiendo su paso lento, observaron a todos y cada uno de los internos ahí mismo.
— ¿Ves? Cuando te dije que los muggles nos llevaban una ventaja respecto a los sistemas de comunicación inmediata que usan no te mentía. Ellos habrían sabido al instante lo que pasó afuera, por el contrario, ahora deberán esperar a que averiguen que fue el problema cuando salgan y lo vean. Tenemos mucho tiempo de ventaja. —Dijo Flammer, observando a Hada de reojo, mientras apuntaba a cada prisionero que pasaba. —Ahora, yo iré a buscar a Parkinson y tú libera a esta gente. Tengo cuentas que arreglar con esa pera.
—No debes matarla por ningún motivo, recuerda. No deben saber que estamos dispuestos a asesinarlos y por el contrario, deben saber que podemos llegar a ser más crueles de lo que piensan. Bien lo decía Dumbledore “hay destinos peor que la muerte”.
—Descuida, de hecho quiero hacer que mande un mensaje personalmente al ministerio. —Flammer sonrió y comenzó a correr en dirección contraria a donde iba Hada. Caminó un par de pasillos y subió unas cuantas escaleras por toda la fortaleza hasta que llegó a una especie de torre, en la cual había dos guardias que sin poder siquiera meter las manos fueron abatidos. La puerta que cuidaban se abrió con un estrepitoso golpe y en dirección contraria, siendo lanzada directo a Flammer quien la convirtió en un montón de astillas que regresaron hacía su origen. La señora directora, con un ágil movimiento convirtió esos trozos de madera en pequeños proyectiles en llamas, los cuales pegaron ante la pared detrás de Flammer, quien con un movimiento de varita tan rápido, hizo que estos se desviaran e impactaran detrás y sin detenerse siguió su camino hasta Parkinson. Quien continuó atacando pero cada vez de forma más inútil y antes de que pudiera hacer algo más, Flammer hizo que quedara inconsciente, cargándola sobre el hombro y regresando por donde llegó. Al regresar, observó que Hada había liberado a todos los reos que habían y que estos se encontraban en paz, tranquilos y algo nerviosos.
—Muy bien, damas y caballeros. Es hora de irnos. Un barco nos espera en el embarcadero. Todos en orden y paz.
Unas horas después, en una casa de seguridad en algún punto del océano Atlántico norte, Flammer, Hada, Marian y Herman se encontraban sentados frente a las bravas olas del océano, las cuales chocaban de forma violenta contras las rocas.
—Eres un maldito hijo de puta, Flammer. —Dijo Herman, mientras daba un sorbo a una cerveza de mantequilla. —De verdad un maldito cínico. ¡Un genio! ¿Cómo sabías que iba a funcionar ese plan demencial?
—Nunca lo supe. —Sonrió Flammer, mientras bebía whisky. —De verdad ni siquiera me pasó por la cabeza que de verdad funcionaria. Era apostar un todo o nada. Era lanzarme al vacío, literalmente. Jamás me esperé que ese hechizo funcionara.
—Imagina yo, imbécil. —Dijo Hada, quien también tenía cerveza de mantequilla. —Ni siquiera me hice la idea de poder revivirte. El hechizo sonaba tan básico y sin ser magia suficientemente oscura para lograrlo.
—Pero funcionó, y no moriremos durante mucho tiempo. Nuestra memoria perdurará durante años. —Marian estaba observando a todos, con una sonrisa fresca y que no se le había visto en mucho tiempo.
La mañana siguiente, el profeta no había reportado nada en lo absoluto. Nadie sabía nada, solamente quienes organizaron el ataque. Y las victimas, entre ellas Parsy Parkinson, quien en ese momento estaba sentada, frente a un Flammer tranquilo pero con sus predilectos artefactos muggles de tortura.
—Quiero saber, directora, ¿por qué a Hada Delacour no intentó matarla? ¿Acaso le debe un favor a ella o algo por el estilo?
—No, no le debo nada ni ella a mi. Es por ley. Si el ministerio superia que maté a una gestante, yo perdería todo lo que he construido. —Flammer, quien escuchaba a Parkinson, dejó caer un instrumento de metal al piso, algo que jamas había pasado. — ¿Así que no lo sabías? —Dijo la mujer cautiva. 

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