martes, 7 de junio de 2016

Capítulo XLI: San Mungo



Por aquellos años, Flammer comenzaba su ascenso a la inmortalidad, como él lo decía y no por lograr vivir por los días de los días, sino porque a según las palabras del joven «Cuando ya no esté aquí, sea porque el destino cobre mi vida como pago a cambio de todo, o el tiempo sea quien me reclame, las personas dirían mi nombre, uno que jamás será olvidado y que teman al escuchar, pronunciar y recordar, pero ellos pensarán que es temor, cuando en realidad será respeto; esa, es mi inmortalidad». Su objetivo era muy claro pero sus medios permanecían opacos, pues jamás se entendió a ciencia cierta cómo los ejecutó, sin embargo, había algo detrás de todos los hilos que movió, cual titiritero, que unía cada una de las piezas claves de su plan, pero estaban enredados, al menos para quienes lo persiguieron y combatieron, pues para sus amigos y aliados, todo era más claro que el agua. Y eso se demostró cierto día, cuando Flammer, decidió acabar de una vez por todas con la familia Hillers.
Era una tarde de agosto, el día 30 para ser más exactos. Acababan de pasar 3 días desde que celebraron el cumpleaños de Flammer en Londres y habían regresado a la ciudad a vivir. Habían comprado tres departamentos en Whites Row, donde vivían de manera cómoda; Hada y Flammer compartían uno, Marian y Herman otro y Anne tenía el suyo propio. Estaban en el mismo edificio y piso, lo cual les permitía estar en contacto de manera sencilla, sin contar que tenían chimeneas que usaban para comunicarse en caso de emergencia. Ese día, desde temprano, Flammer había decidido salir a comprar túnicas nuevas al Callejón Diagon y ropa muggle. Decidió ir solo, ya que le era mucho más cómodo, no tanto por el tiempo, sino porque odiaba que le dijeran que escoger o cosas así. Desde que llegaron de México, había seguido usando el sistema de transporte vía aplicación de teléfono pues le era mucho más sencillo en todo aspecto. Decidió primero a ir a comprar la ropa muggle a un centro comercial cercano a la ubicación del caldero chorreante. Cuando llegó, le pidió al chofer que lo esperara, que tardaría un poco, que no se preocupara. Al entrar a la tienda fue directamente a donde se localizaban los trajes y tomo 4, dos grises y dos negros, los cuales sólo se probó y pagó. Al regresar al auto, decidió ponerse un poco al tanto de las noticias para saber cómo debía comportarse y no llamar la atención innecesariamente.
—Bastante agradable el clima el día de hoy, ¿no? —Preguntó Flammer al chofer, para abrir la conversación.
—Sí, bastante. Ha estado muy tranquilo estos días todo, hasta parece que se ha puesto de acuerdo.
—Ya quisiera yo que en México así fuera a diario. Suele hacer bastante calor.
— ¿Es mexicano? —Preguntó el chofer, viéndolo por el retrovisor.
—Sí, pero vivo aquí desde pequeño, sólo que fui de vacaciones hace poco.
—Oh, ya veo. ¿Entonces si supo del problema que pasó hace 5 días en el aeropuerto? —Dijo el conductor de manera casual.
— ¿Problema? —Peguntó Flammer. —No, no supe, ¿qué fue lo que pasó?
—Pues de un vuelo que llegó de México detuvieron a 5 personas porque traían como 5 millones de dólares en efectivo en bolsas de doble fondo. Sólo que en las cámaras de seguridad sale que detuvieron a personas diferentes a quienes portaban las bolsas. Incluso se ve como los apuntan con algo y los dejan ir. Fue muy extraño, todo una controversia. —Dijo el conductor, quien miraba a Flam por el retrovisor, sin embargo este se quedó callado analizando la situación.
—Interesante, no me había enterado de eso.
—Fue bastante extraño saberlo. Además, un amigo fue quien los llevó. Pidieron el servicio como si nada. Me dijo que la policía lo interrogó para saber a donde los llevó, pero que el lugar indicado era una vieja tienda abandona —Terminó de decir el conductor. Flammer en ese momento se quedó pensando.
—Disculpe, cambio de rumbo. Deje pongo la dirección. —Dijo Flammer, indicando que quería ser llevado a casa.
— ¿Todo bien joven? —
—Sí, sí… Sólo comencé a sentirme mal y creo que debo reposar, por eso prefiero ir a casa.
—De acuerdo, allá vamos. —Dijo el chofer y el resto del viaje pasó sin más habla. Al llegar, Flam dio las gracias y subió. Al llegar al piso donde estaban todos los departamentos, tocó las dos puertas y se paró frente a la suya. Cuando sus amigos salieron, Anne como si estuviera dormida, Marian y Herman con muy poco sueño y Hada extrañada por fin habló.
—Reunión en 10 minutos. Vengan. —Dijo, se metió y cerró la puerta.
— ¿Todo está bien? —Preguntó Hada, quien estaba bastante extrañada.
—Tenemos trabajo. Al fin llegó el día. —Dijo y fue a la cocina, por una botella de vino y 5 copas. Acomodó las sillas y se sentó, esperando a que llegaran sus amigos. A los diez minutos exactos tocaron la puerta, abrió y todos se sentaron, esperando a que se les explicara lo que pasaba.
—Amigos; Hoy fui a comprar algo de ropa y pedí el servicio que usamos allá en México, ¿recuerdan, no? —Preguntó Flammer a todos, quienes respondieron con la cabeza y cara extrañada de no entender. —El punto es que el chofer me dijo que hace 5 días, o sea, 2 antes de que celebráramos mi cumpleaños, llegó un vuelo de México y que detuvieron a 5 personas por tener 5 millones de dólares en efectivo. Lo que llamó mi atención fue que según el conductor, las cámaras de seguridad indican que detuvieron a 5 personas diferentes a quienes retuvieron originalmente, quienes apuntaron con unos objetos a los guardias y se fueron como si nada.  Según el, un amigo suyo los llevo a una vieja tienda abandonada, ¿qué nos indica esto? —Terminó de hablar el chico.
—Que los Hillers están en San Mungo. —Dijo Herman sin duda alguna.
—Exacto. Por eso debemos actuar ya y ahora, de una vez por todas, aniquilar a esos perros. —Dijo Flammer, bebiendo de la copa de vino que acababa de servir. Todos lo miraron, sin hablar.
—Apoyo a Flammer, y debemos hacerlo ya. Cada minuto que pasan, ellos nos ganan tiempo y ventaja. —Dijo Hada. —Además, ahora es imposible siquiera que nos venzan, incluso todo el cuerpo de aurores no podría hacer nada.
— ¿Y qué, sólo entramos así por así a San Mungo? —Preguntó Anne, quien no conocía el hospital.
—Pues sí. Jamás ponen seguridad ahí. —Dijo Herman. Marian, por su lado quedó a la expectativa del asunto, sólo escuchando.
—Bien, apoyo eso. Pero debemos ir ya, sin perder más tiempo. —Dijo Marian—Y en todo caso, podremos probar en combate real lo que cada uno tiene de su lado. —Sonrió, mostrando un par de colmillos pequeños que la hacían ver bastante macabra y malvada.
El día 30 de agosto a las 6 de la tarde, un grupo de 5 jóvenes llegaron a la puerta del Hospital Mágico de San Mungo. Atravesaron los maniquís y llegaron al que se encontraba vestido con túnica verde. Dijeron que venían a ver a un familiar recién ingresado, por lo que pasaron sin ningún problema. Al cruzar el cristal, la bruja que los atendió les preguntó por el nombre del enfermo y dijo que se trataba del Señor Hillers. La bruja los vio un poco extrañada y les dijo que no había nadie registrado con ese nombre, sin embargo, Marian la vio directamente a los ojos y le dijo que no mintiera, que sabía que ahí estaban. La vieja se quedó callada y se puso a revisar una vieja libreta, donde estaban registrados todos los ingresos. Tomó la pluma e hizo un par de apuntes.
—Habitación 150C. Por favor no corran. —Dijo y sin siquiera dar las gracias, fueron en dirección a buscar el lugar que les mencionó, sin embargo, detrás de ellos, un pequeño destelló hizo explosión. Al volver la vista, notaron que la recepcionista había lanzado unas cuantas chispas rojas, haciendo que aparecieran dos aurores casi de inmediato.
—Jóvenes, lo siento, pero debo acompañarlos en su visita. Órdenes del ministerio. —Dijo uno de los recién aparecidos. Flammer sólo soltó una ligera sonrisa.
—Por supuesto. —Contestó el chico y siguieron caminando, seguidos muy de cerca por los agentes del ministerio. Bajaron un par de niveles hasta llegar hasta donde estaba la habitación. —Ya vengo, quiero ver a mi tío yo solo. —Dijo Actecmer. Todos estuvieron de acuerdo, excepto los aurores, haciendo que uno entrara con él. Flammer no dijo nada y entró. En el lugar indicado estaba una persona en cama y otras cuatro sentada alrededor, viéndolo. Al ver que acaba de entrar aquel muchacho se levantaron rápidamente sacando sus varitas.
Vamos, vamos, tranquilos. He venido en son de paz, sólo quiero ver cómo quedó Don Hillers. —Dijo Flammer en español, con intención de que los aurores no entendieran.
¿Son de paz? ¿En serio nos crees tan idiotas como para que de verdad pienses que vamos a creerte? —Preguntó una de las personas que se habían levantado.
De hecho, sí los creo idiotas. ¿O de qué manera explican que un puñado de muchachos los venció y dejaron a esa escuálida y asquerosa momia en cama y a punto de morir? Que por cierto he venido a terminar el trabajo.
Mira, lárgate antes de que te asesine yo misma. —Dijo la mujer que hablaba con el.
¿Oh, lo harías? Porque antes siquiera de que pudieras lanzar un solo hechizo, todos aquí, incluyendo el entrometido del auror, caerían muertos, ¿quieren probarlo? —Dijo Flammer de manera desafiante. Y apenas levantó la varita la mujer en manera de ataque, el chico, usando cada uno de sus dedos, lanzó un rayo verde al que estaba en la cama y a los otros que lo custodiaban y con su mano libre, dejó inconsciente al auror. Caminó hacía los cadáveres y comprobó que efectivamente eran los únicos que habían quedado aquel día en Guadalajara. Flammer salió de la habitación y vio al otro auror, que estaba esperando y que puso cara de extraño cuando vio que salió sin su compañero.
—Le perdoné la vida a tu compañero. Tienes 5 minutos para largarte antes de que seas un cadáver, como los que están dentro. O puedes quedarte a tratar de detenernos. Tú elige. —Sin dudarlo, el joven agente del ministerio corrió lo más rápido que pudo.
—Ahora sí, chicos. Prepárense, que en un par de minutos, inicia lo bueno. —Dijo Flammer a sus amigos, quienes sonreían. —Por cierto, creo que el otro auror no correrá. —Dijo el chico, entró a la habitación y un destello verde se vio por debajo de la puerta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario