martes, 30 de agosto de 2016

Capítulo XLVII: La voz de la venganza.



Después de la muerte de Anne, Flammer se volvió más cruel, y no solo el, también el resto de sus amigos. Se volvieron fríos y distantes incluso entre ellos, y dejando que el odio y rencor que se apoderara de sus mentes, se culpaban unos a otros y así mismos por la muerte de su amiga, esto ocasionó una ruptura entre todos, quienes ya no podían llevarse como antes y que aunque ninguno lo quisiera admitir, estaban buscando alguna paridad para volver a hablarse, lo cual no les resultó fácil considerando que todos estaban en mundos completamente diferentes. Flammer por su lado, sabía que sus amigos habían adoptado un gusto por la sangre y el matar, así que sabía que un poco de cacería los ayudarían y la oportunidad apareció apenas 6 días después del asalto al Castillo Gris. El 10 de septiembre, una sociedad organizada de duendes irrumpió en el ministerio de magia en protesta por las medidas arbitrarias que había tomado el ministerio en lo que Gringotts se refería; para evitar amenzas potenciales a la seguridad mágica, como la existencia de horrocrux, el departamento de misterios y de seguridad mágica ordenó a los duendes del banco que abrieran todas las bóvedas para realizar inspecciones meticulosas. Esto desde luego, no les hizo ni pizca de gracia y durante las protestas, aprovecharon para exigir su derecho a portar varitas mágicas, lo cual, igual tampoco gustó en nada a los magos. Por eso razón, desde las 8 de la mañana del día 10, el ministerio estaba algo movido. Parecía que algo se interponía en que todo pudiera moverse en paz. Si no era Flammer y sus destrozos, eran los magos que mató y que nadie sabía quiénes eran y si no los malditos duendes. Harry llevaba días sin poder estar tranquilo y esto le hacía sentir que era señal de que algo terrible ocurriría. Y no se equivocó.
Flammer, lleno de rencor y deseo de venganza contra todo el ministerio a quien culpaba de la muerte de su amiga, la mañana del 10 de septiembre, salió del apartamento sin dirigir la mirada a nadie. Hada estaba iracunda, y ella pensaba que Flammer era el culpable del asesinato por sentirse inmortal y creer que sus métodos asquerosamente muggles habrían servido de algo contra la magia, por lo tanto y al menos hasta que se le pasara el enojo, no le había dirigido ni una mirada. El chico al salir de su casa, caminó un par de calles completamente absorto en sus pensamientos, fumando uno tras otro. El día era frío, pues había estado lloviendo. Tenía el cabello húmedo pues estaba cayendo una ligera lluvia que sólo nublaba y deprimía el día. Decidió ir a un bar muggle que estaba cerca del caldero chorreante, el cual también era frecuentado por otros magos de dudosa reputación, así que se encaminó hacia allá y al llegar notó un revuelo poco usual; había más miembros de la comunidad mágica que otras personas. «Vaya, tal cual a como cuentan que fue el día después del fracaso de asesinato de Voldemort hacía Potter… No sé cómo un mago tan poderoso ni siquiera logró tocar a un mocoso que ni los mocos podía limpiarse.» pensó y después se sentó en la barra. Pidió sólo un par de cervezas, cerca de un grupo de magos algo mayores que el y sin ganas de hacerlo, escuchó lo que platicaban lo que platicaban. « ¿Supiste el revuelo que hay en el ministerio?... Sí, sí, los duendes son los causantes, están alborotados…. Yo pienso que el ministerio actuó bien. No se sabe cuan peligros hay en las bóvedas de Gringotts… Sí, también piensan que tienen derecho a…» Esto último fue interrumpido por alguien ebrio a las plenas 9:30 de la mañana, que comenzó a causar revuelo. Flammer dejó el dinero en la mesa y salió. Era una locura entrar en el ministerio campantemente, lo sabía, pero estaba seguro que había algo que podría usar para lo que fuese. Así, sin un plan o sabiendo que quería, desapareció, quedando en pleno atrio del ministerio, y aunque se hizo notar, nadie le prestó importancia, pues un montón de duendes estaban siendo contenidos por una barricada de magos, entre ellos Xavier, que por mandato de Flammer seguía trabajando ahí. Este no lo vio, pero Flam comprendió en ese momento que sería lo que debía hacer, y elevándose unos metros sobre la estatua central, lanzó un par de bolas de fuego hacía el techo, las cuales explotaron causando un ruido estruendoso pero sin ningún efecto destructor. Se aclaró la garganta y la amplificó.
—Magos y duendes, por favor, guarden la calma un momento. Muchos me [Protego] —Un escudo mágico apareció alrededor del chico, al ver que varios guardias habían lanzado varios hechizos—No estoy aquí para atacar o crear disturbios. Como pueden ver, vengo solo. Estoy aquí para dar un aviso tanto a magos como duendes; Harry Potter me ha declarado la guerra y garantizó usar todo el poder del ministerio para detenerme, pues me considera un mago tenebroso, cuando lo único que hago es aportar conocimiento a la magia; he creado variaciones mágicas tan sorprendentes sin hacer distinción alguna. Desde luego para llegar a este punto hemos tenido que hacer un par de malos tratos que muy poco aprueban, pero que gracias a eso podemos eliminar las limitantes que hay en la magia. —Flammer extendió un dedo y una bola plateada salió de este. Todos quienes lo veían quedaron anonadados, pues aun cuando era un patronus incorpóreo, había sido realizado sin varita. —Los elfos y los duendes hacen magia sin varita, ¿por qué nosotros no? Los dragones tienen una indiferencia ante la magia tan sorprendente que es difícil hacerles daño, ¿por qué nosotros no? Les hago una invitación, magos, duendes y demás criaturas; únanse a mí y a lo que represente; la unión de dos sociedades paralelas que durante siglos se han ignorado. Hay limitantes para todos, sin embargo se pueden erradicar; para los magos podemos quitar el estatuto del secreto. Hoy en día los muggles ya no queman magos y brujas, y son fanáticos de los temas fantásticos. Para los duendes, elfos y demás criaturas, se les podrá permitir el uso de varitas para que sean tratados como iguales. —Un grito de duendes hacía el se dejó oír, ni magos ni duendes daban fe a lo que decía. —Apóyenme y nunca más deberán vivir ocultos. Imaginen, podrán ser no sólo ricos en nuestro mundo, también en el muggle. Amasar fortuna y poder. Eso les garantizo. —Elevó los brazos y una oleada de gritos de victoria sonaron. Flammer, satisfecho por el momento, bajó de la estatua y se alejó rápidamente, deshizo el encantamiento escudo y desapareció, pero al tiempo que lo hacía, sintió que alguien jalaba su brazo y la visión del atrió quedó atrás.
Unos segundos después, apareció cerca de una cafetería en un callejón cercano al centro de Londres. Junto a él estaba una chica de cabello negro enchinado, piel blanca y un poco más baja que el, empuñando la varita fuertemente, apuntando.
— ¡Vaya, vaya! Mira quien ha viajado de polizonte junto a mí. —Dijo Flammer burlonamente viendo a la chica. —Creo que te he visto antes…
—Sí, idiota. Hace unas semanas, antes de que mataras a medio mundo mágico, insultaste a mi ex novio no muy lejos de aquí. —Dijo ella sin bajar la varita.
— ¿Podrías dejar de apuntarme, por favor? Sólo necesito un movimiento para asesinarte y sin necesidad de varita.
—Estarías muerto antes de intentarlo.
—Mira, Bella, tienes dos opciones en este momento; Puedes batirte en duelo contra mi, en medio centro de Londres, sabiendo el tipo de magia tan avanzada y desconocida para ti, o podemos simplemente ir a beber algo y conocernos más.
—Jamás iría contigo a ningún lado. —Dijo la chica, quien movió la varita mientras seguía apuntando a su pecho, pero antes de invocar cualquier hechizo, su instrumento mágico se partió en dos, como si lo hubieran atravesado con un láser. La muchacha estaba en blanco.
—Si aceptas ir a tomar algo conmigo, prometo repararla, ¿de acuerdo? —Preguntó Flammer sin dejarle opción a la chica, que aceptó a regañadiente. La llevó por varias calles hasta llegar al mismo club donde había celebrado su cumpleaños. Entraron y se sentaron en la mesa más alejada.
— ¿Qué quieres de mí, Actmer?
—Realmente sólo unos minutos; dame hasta que acabe la cerveza y el cigarrillo y serás libre, ¿de acuerdo?
—De acuerdo. —Dijo Bella, en lo absoluto convencida.
—Quiero que sepas que no tengo nada personal contra ti, pero que siendo empleada del ministerio, estaré obligado a asesinarte si te interpones en mi camino. Ustedes no aceptan a quienes no consideramos su modo de magia.
—Una cosa es que no aceptemos lo nuevo y otra muy diferente es que un asesino se escude en eso para hacer atrocidades.
— ¿Un asesino? Discúlpame pero eso es ofensivo. No soy un vil y vulgar delincuente; soy un genio, el mago más grande todos los tiempos. Ni siquiera Albus Dumbledore se me compara, ¿y me llamas asesino? El haber quitado de en medio a mis enemigos y a quienes se oponen no me hace un desquiciado, el no haberlo hecho sí.
—Escúchate, Flammer. Eres una escoria, menos que basura.
— ¿Y qué me dices de ti, Bella Black? Llevas el apellido de una de las casas más antiguas y nobles, siendo la hija de un squib, que ni siquiera aparece en el árbol genealógico de los Black pues en lo que a ellos concernió, Regulus jamás tuvo un hijo. Dime, ¿qué podrás hacer tú? Nada. No importa que tanto estés en el ministerio, jamás limpiarás tu nombre. Pero conmigo, eso no importa, es irrelevante y por el contrario, podrás iniciar tu propia línea de sangre.
— ¿Crees que eso es lo único que me importa? No necesito probar nada, ni mi sangre, ni estatus, ni nada.
—Debería importante, al final del camino, la sangre es lo último en desaparecer. —Flammer dio el último trago a la cerveza. Apagó el cigarrillo y se levantó. —Piensalo, Bella. Eres inteligente y poderosa, no cometas el error de todos los perros del ministerio creyendo que somos malos, pues al final, quien se equivoque serás tú. —Terminó de hablar el chico, dejó dinero en la mesa, salió y se perdió de vista.

No hay comentarios:

Publicar un comentario