Comentarios del autor: Chicos, siento la tardanza de este capítulo, pero realmente he estado ocupado.Trataré de actualizar más seguido. Por cierto, el 18 de marzo se cumple un año desde que subí el primer capítulo, así que trataré de hacer algo bueno para conmemorar el aniversario.
— ¿Por qué dice que
llego temprano?—preguntó Flammer al anciano, claramente confundido y pasmado.
— Veras, chico, mi nombre es Isaías Márquez, guardian de la piedra de la familia Actecmer.
— ¿Piedra Actecmer? —Dijo Hada, quien estaba igualmente confundida por el escenario tan extraño en el que se encontraban.
— Sí, chicos. Verán, todos nosotros somos una antigua alianza de magos que trabajó muy de cerca con la familia Actecmer desde que se fundó. Siempre mantuvimos una unión basada en el secretismo y en la protección de nuestros miembros ante cualquier tipo de peligro, sobre todo el infundado por otros miembros mágicos de diferentes clanes o familia, en este caso fueron los Hillers. Entre nuestra comunidad y tu familia, chico, desarrollamos en total secreto un artefacto que pudiera guardar la magia acumulada en una familia entera. ¿Me entiendes? Es decir, en un solo objeto que se encuentra toda la esencia de la Antigua y Noble Casa Actecmer, pero no cualquiera puede usarlo. Está fabricado con la intención para que sólo la cabeza de la familia, el patriarca de la casa, pueda usarlo y manejar el poder tan grande acumulado ahí. Y bien, ese eres tú, ahora que todos están muertos, que tus padres ya no viven más y que eres el último en llevar el apellido de tu Casa, eres tú quien es el heredero legítimo de la piedra. —Dijo el anciano, quien se encontraba de pie, apoyándose con su bastón, rodeado de las demás personas quienes eran de todas las edades. Había un hombre que aparentaba 40 años, una mujer de 30, otra más no mayor a 18, otra anciana pero que a diferencia del que hablaba, se mantenía sin apoyo de nadie. Un sujeto de aproximadamente 25 años, vestido con traje muggle se encontraba hasta el fondo de la habitación fumando un cigarro. Todos observaban a los 5 jóvenes. Flammer y Hada eran los únicos que habían hablado hasta el momento. Marian y Herman estaban a la expectativa, con las manos en los bolsillos por si la situación requería rápida acción. Por su parte, Ana, estaba tratando de asimilar incluso como ese tipo de organizaciones habían pasado desapercibidas por el Instituto Mágico, el cual era bien sabido que tenía información de casi todas las actividades habidas en el país, lo cual hacía muy difícil que todo se hiciera por debajo del agua.
Los veo confundidos, muchachos, ¿qué pasa? —Preguntó el hombre que fumaba.
—Bueno, es que desde que llegamos a México todo ha sido un constante de misterios y de cosas inesperadas, incluso para nosotros que venimos de Inglaterra y somos egresados de Hogwarts.
— Veras, chico, mi nombre es Isaías Márquez, guardian de la piedra de la familia Actecmer.
— ¿Piedra Actecmer? —Dijo Hada, quien estaba igualmente confundida por el escenario tan extraño en el que se encontraban.
— Sí, chicos. Verán, todos nosotros somos una antigua alianza de magos que trabajó muy de cerca con la familia Actecmer desde que se fundó. Siempre mantuvimos una unión basada en el secretismo y en la protección de nuestros miembros ante cualquier tipo de peligro, sobre todo el infundado por otros miembros mágicos de diferentes clanes o familia, en este caso fueron los Hillers. Entre nuestra comunidad y tu familia, chico, desarrollamos en total secreto un artefacto que pudiera guardar la magia acumulada en una familia entera. ¿Me entiendes? Es decir, en un solo objeto que se encuentra toda la esencia de la Antigua y Noble Casa Actecmer, pero no cualquiera puede usarlo. Está fabricado con la intención para que sólo la cabeza de la familia, el patriarca de la casa, pueda usarlo y manejar el poder tan grande acumulado ahí. Y bien, ese eres tú, ahora que todos están muertos, que tus padres ya no viven más y que eres el último en llevar el apellido de tu Casa, eres tú quien es el heredero legítimo de la piedra. —Dijo el anciano, quien se encontraba de pie, apoyándose con su bastón, rodeado de las demás personas quienes eran de todas las edades. Había un hombre que aparentaba 40 años, una mujer de 30, otra más no mayor a 18, otra anciana pero que a diferencia del que hablaba, se mantenía sin apoyo de nadie. Un sujeto de aproximadamente 25 años, vestido con traje muggle se encontraba hasta el fondo de la habitación fumando un cigarro. Todos observaban a los 5 jóvenes. Flammer y Hada eran los únicos que habían hablado hasta el momento. Marian y Herman estaban a la expectativa, con las manos en los bolsillos por si la situación requería rápida acción. Por su parte, Ana, estaba tratando de asimilar incluso como ese tipo de organizaciones habían pasado desapercibidas por el Instituto Mágico, el cual era bien sabido que tenía información de casi todas las actividades habidas en el país, lo cual hacía muy difícil que todo se hiciera por debajo del agua.
Los veo confundidos, muchachos, ¿qué pasa? —Preguntó el hombre que fumaba.
—Bueno, es que desde que llegamos a México todo ha sido un constante de misterios y de cosas inesperadas, incluso para nosotros que venimos de Inglaterra y somos egresados de Hogwarts.
—Oh sí, ya veo. —Dijo el
sujeto. —Verán, México es un país aún más grande que Inglaterra, hay muchísima
población y lugares inexplorados aún. La gente es un poco violenta y
tradicionalista, es por eso que desde que llegaron han sentido que todo ha sido
sorpresa. Pero créanme, si fueran a los estados del sureste de México tales
como Yucatán, Quintana roo o incluso Veracruz, se darían cuenta que Jalisco es,
comparado a ellos, un estado completamente limpio de magia, y la señorita
Ana debería saberlo mejor que ustedes, a
fin de cuentas, ella trabaja en el Instituto, ¿verdad?
— ¡Espera! ¿Cómo sabes eso? Se supone que se guarda en alto secreto los nombres de los miembros hasta que son asignados en misión.
— ¡Espera! ¿Cómo sabes eso? Se supone que se guarda en alto secreto los nombres de los miembros hasta que son asignados en misión.
—Sí, es verdad,
pero nosotros tenemos nuestros métodos para saber todo lo que queramos y
créeme, son métodos extremadamente efectivos, aún más que los tradicionalmente
conocidos.
—Eso es ilegal, ¿sabían? —Dijo Anne, tratando de imponerse.
—Ilegal o no, nos ha funcionado así que es lo de menos. Aparte, no hay manera de probar nuestros métodos. En fin, ese no es el caso. Flammer, por favor, sígueme, pero deberá ser solo. —Dijo el hombre de traje. Flamm volteó a ver a sus amigos y caminó siguiendo el sujeto hacía el fondo de la casa. Llegaron a un cuarto completamente oscuro, sin ventanas y sólo la puerta de entrada. —Es aquí, muchacho. Deberás demostrar que efectivamente llevas la sangre de los Actecmer para poder pasar y hacerte del amuleto de tu familia. —Dijo el sujeto. Flammer sacó la varita y pasando la punta sobre la palma de su mano, se hizo un corte del cual comenzó a salir de manera moderada sangre. La puso sobre la pared y esperó.
—Realmente no sé cómo funcionen estas cosas allá en Inglaterra, pero aquí más que manchar la pared con sangre era dejarla caer el suelo, ¿sabes? Odio que hagan las cosas sin preguntar antes. En fin, también cayó así que supongo será suficiente. —Dijo el sujeto. Flammer, algo irritado, no dijo nada y solo esperó a que pasara lo que tuviera que pasar. Pasados unos segundos, sintió que el piso se volvía arena movediza, pero sólo afectando a él. Comenzó a hundirse observando al chico que lo había llevado hasta ahí aun firme en el piso. Cuando tocó el otro lado, notó que se encontraba en lo que parecía un sótano pero extremadamente sucio y descuidado, como si nadie hubiera puesto un pie ahí en muchísimo tiempo. Era escabroso y tenebroso. Estaba lleno de telarañas y de cientos de cadáveres de pequeños insectos. Sacó la varita e iluminando por donde pasaba se fue abriendo caminado por un pasillo estrecho y bastante angosto. Iba medio encorvado al caminar y teniendo cuidado no de llenarse de arañas. Estaba sofocado ahí dentro; el olor a humedad y el calor eran insoportables, pero soportó eso durante los diez minutos aproximados que estuvo caminando hasta que llegó al final del pasillo, donde se encontraba un pequeño cofre. Se agachó a abrirlo notando que donde debía estar la cerradura tenía una extraña forma, como si de medallón se tratara. Intentó abrir el cofre con varios hechizos, pero ninguno funcionó, incluso con una vara de metal que estaba tirada ahí quiso hacerlo, pero tampoco cedió. Ya con la cabeza algo quebrada, recordó que durante su primer año en Hogwarts le había llegado un regalo, un extraño medallón con forma de llama atravesada por dos espadas y una a en medio, hecho de oro y plata. Por un momento pensó en si esa era la llave, y sin nada que perder, se lo descolgó del cuello, pues desde que lo había recibido no lo dejaba lejos de él nunca, era una manera de sentirse cercano a su familia. Este encajó de manera perfecta en la cerradura. Lo soltó y el artefacto fue tragado. Se escuchó un pequeño clack y el cofre abrió. Dentro estaba el medallón, abierto y con una pequeña roca preciosa de color plata pero transparente y que reflejaba la luz proveniente de la varita. Flammer tomó su regalo de navidad y la nueva adquisición en sus manos, lo cerró se lo volvió a colgar. Recorrió todo el tramo de nuevo, sólo que esta vez el problema no era entrar, sino salir. Así que trató de buscar escaleras o algo, pero no había nada. Hechizos para ascender tampoco funcionaron y comenzando a desesperarse por estar encerrado ahí, hizo estallar el piso, lo cual si funcionó y ya con la abertura, como pudo salió de ahí. Regresó con quienes se encontraban en la casa y vio que tanto Hada como Herman, Marian y Anne, estaban sentados, charlando y todos fumando. Si bien le pareció extraño eso, pues ni Marian ni Herman fumaban, era difícil que comenzaran pláticas tan socialmente. Todos lo voltearon a ver; estaba con tierra en la cabeza y las ropas sucias.
—En serio. —Dijo el muchacho que lo llevó hasta allá. —No sé cómo se manejan las cosas en Inglaterra, pero parece que todo lo quieren hacer por fuerza bruta. En fin, necesito que sepas algo, Flammer. En primer lugar; el objeto que encontraste abajo es alberga el poder mágico de más de 500 años. En segundo, debes aprender a controlar toda esa fuerza que está acumulada. Y por último, se te dijo cuándo llegaste que esa fuerza es hereditaria; para que no pierda el poder, debes dejar descendencia, hijo o hija, pero que sea directo de sangre, o cuando mueras, ese poder se irá y la magia de la familia se perderá por siempre. Es todo lo que debes saber. Fue un verdadero honor conocerlos, a todos.
—El placer fue nuestro. Muchas gracias por su hospitalidad. —Dijo Hada levantándose e indicando a sus amigos a seguirla. Flammer se despidió sólo con la mano y cuando iban a salir de la casa, el anciano que habló primero cuando llegaron volvió a hablar.
—Por cierto, señor Actecmer, varias personas de la familia Hillers quedaron vivas. Le recomiendo que las mate ahora antes de que vuelvan a recuperar su poder.
—No se preocupe, me encargaré de eso con mis propias manos. —Dijo Flam, con una voz fría y una sonrisa altanera. Se despidió con un movimiento de mano y salieron todos. Caminaron un par de calles hasta llegar a una avenida principal.
—Bueno, Anne, creo que es todo por ahora. Nosotros nos regresamos hoy mismo a Inglaterra, pues ya acabamos todo lo que veníamos a hacer aquí. Realmente fue un placer conocerte. —Dijo Actecmer, extendiendo su mano. Anne le sonrió pero no aceptó el despido.
—Si crees que me voy a separar de ustedes ahora, estás muy equivocado. Han demostrado que siendo parte de su grupo puedo llegar a ser más que los demás, que podemos alcanzar la grandeza y la inmortalidad. Realmente no me importaría dejar todo atrás aquí en México para viajar a Reino Unido. ¿Qué dicen? —Habló la chica. Todos se miraron y sonrieron autosuficientemente.
—Me alegra mucho que dijeras eso, Anne. —Dijo Hada. —Eres bienvenida con nosotros. Así que si tienes tu pasaporte listo para viajar hoy, ven con nosotros.
—Muy bien, chicos. Entonces lo veo en el aeropuerto a las 6 de la tarde, ¿de acuerdo?
—Excelente, Anne. Ahí te vemos. —Dijo Flammer. Todos regresaron al hotel por sus cosas y en un abrir y cerrar de ojos ya estaban en la terminal aérea con boletos para un vuelo que salía a las 9 de la noche. Comieron algo y al faltar 40 minutos para salir el avión, abordaron.
—Eso es ilegal, ¿sabían? —Dijo Anne, tratando de imponerse.
—Ilegal o no, nos ha funcionado así que es lo de menos. Aparte, no hay manera de probar nuestros métodos. En fin, ese no es el caso. Flammer, por favor, sígueme, pero deberá ser solo. —Dijo el hombre de traje. Flamm volteó a ver a sus amigos y caminó siguiendo el sujeto hacía el fondo de la casa. Llegaron a un cuarto completamente oscuro, sin ventanas y sólo la puerta de entrada. —Es aquí, muchacho. Deberás demostrar que efectivamente llevas la sangre de los Actecmer para poder pasar y hacerte del amuleto de tu familia. —Dijo el sujeto. Flammer sacó la varita y pasando la punta sobre la palma de su mano, se hizo un corte del cual comenzó a salir de manera moderada sangre. La puso sobre la pared y esperó.
—Realmente no sé cómo funcionen estas cosas allá en Inglaterra, pero aquí más que manchar la pared con sangre era dejarla caer el suelo, ¿sabes? Odio que hagan las cosas sin preguntar antes. En fin, también cayó así que supongo será suficiente. —Dijo el sujeto. Flammer, algo irritado, no dijo nada y solo esperó a que pasara lo que tuviera que pasar. Pasados unos segundos, sintió que el piso se volvía arena movediza, pero sólo afectando a él. Comenzó a hundirse observando al chico que lo había llevado hasta ahí aun firme en el piso. Cuando tocó el otro lado, notó que se encontraba en lo que parecía un sótano pero extremadamente sucio y descuidado, como si nadie hubiera puesto un pie ahí en muchísimo tiempo. Era escabroso y tenebroso. Estaba lleno de telarañas y de cientos de cadáveres de pequeños insectos. Sacó la varita e iluminando por donde pasaba se fue abriendo caminado por un pasillo estrecho y bastante angosto. Iba medio encorvado al caminar y teniendo cuidado no de llenarse de arañas. Estaba sofocado ahí dentro; el olor a humedad y el calor eran insoportables, pero soportó eso durante los diez minutos aproximados que estuvo caminando hasta que llegó al final del pasillo, donde se encontraba un pequeño cofre. Se agachó a abrirlo notando que donde debía estar la cerradura tenía una extraña forma, como si de medallón se tratara. Intentó abrir el cofre con varios hechizos, pero ninguno funcionó, incluso con una vara de metal que estaba tirada ahí quiso hacerlo, pero tampoco cedió. Ya con la cabeza algo quebrada, recordó que durante su primer año en Hogwarts le había llegado un regalo, un extraño medallón con forma de llama atravesada por dos espadas y una a en medio, hecho de oro y plata. Por un momento pensó en si esa era la llave, y sin nada que perder, se lo descolgó del cuello, pues desde que lo había recibido no lo dejaba lejos de él nunca, era una manera de sentirse cercano a su familia. Este encajó de manera perfecta en la cerradura. Lo soltó y el artefacto fue tragado. Se escuchó un pequeño clack y el cofre abrió. Dentro estaba el medallón, abierto y con una pequeña roca preciosa de color plata pero transparente y que reflejaba la luz proveniente de la varita. Flammer tomó su regalo de navidad y la nueva adquisición en sus manos, lo cerró se lo volvió a colgar. Recorrió todo el tramo de nuevo, sólo que esta vez el problema no era entrar, sino salir. Así que trató de buscar escaleras o algo, pero no había nada. Hechizos para ascender tampoco funcionaron y comenzando a desesperarse por estar encerrado ahí, hizo estallar el piso, lo cual si funcionó y ya con la abertura, como pudo salió de ahí. Regresó con quienes se encontraban en la casa y vio que tanto Hada como Herman, Marian y Anne, estaban sentados, charlando y todos fumando. Si bien le pareció extraño eso, pues ni Marian ni Herman fumaban, era difícil que comenzaran pláticas tan socialmente. Todos lo voltearon a ver; estaba con tierra en la cabeza y las ropas sucias.
—En serio. —Dijo el muchacho que lo llevó hasta allá. —No sé cómo se manejan las cosas en Inglaterra, pero parece que todo lo quieren hacer por fuerza bruta. En fin, necesito que sepas algo, Flammer. En primer lugar; el objeto que encontraste abajo es alberga el poder mágico de más de 500 años. En segundo, debes aprender a controlar toda esa fuerza que está acumulada. Y por último, se te dijo cuándo llegaste que esa fuerza es hereditaria; para que no pierda el poder, debes dejar descendencia, hijo o hija, pero que sea directo de sangre, o cuando mueras, ese poder se irá y la magia de la familia se perderá por siempre. Es todo lo que debes saber. Fue un verdadero honor conocerlos, a todos.
—El placer fue nuestro. Muchas gracias por su hospitalidad. —Dijo Hada levantándose e indicando a sus amigos a seguirla. Flammer se despidió sólo con la mano y cuando iban a salir de la casa, el anciano que habló primero cuando llegaron volvió a hablar.
—Por cierto, señor Actecmer, varias personas de la familia Hillers quedaron vivas. Le recomiendo que las mate ahora antes de que vuelvan a recuperar su poder.
—No se preocupe, me encargaré de eso con mis propias manos. —Dijo Flam, con una voz fría y una sonrisa altanera. Se despidió con un movimiento de mano y salieron todos. Caminaron un par de calles hasta llegar a una avenida principal.
—Bueno, Anne, creo que es todo por ahora. Nosotros nos regresamos hoy mismo a Inglaterra, pues ya acabamos todo lo que veníamos a hacer aquí. Realmente fue un placer conocerte. —Dijo Actecmer, extendiendo su mano. Anne le sonrió pero no aceptó el despido.
—Si crees que me voy a separar de ustedes ahora, estás muy equivocado. Han demostrado que siendo parte de su grupo puedo llegar a ser más que los demás, que podemos alcanzar la grandeza y la inmortalidad. Realmente no me importaría dejar todo atrás aquí en México para viajar a Reino Unido. ¿Qué dicen? —Habló la chica. Todos se miraron y sonrieron autosuficientemente.
—Me alegra mucho que dijeras eso, Anne. —Dijo Hada. —Eres bienvenida con nosotros. Así que si tienes tu pasaporte listo para viajar hoy, ven con nosotros.
—Muy bien, chicos. Entonces lo veo en el aeropuerto a las 6 de la tarde, ¿de acuerdo?
—Excelente, Anne. Ahí te vemos. —Dijo Flammer. Todos regresaron al hotel por sus cosas y en un abrir y cerrar de ojos ya estaban en la terminal aérea con boletos para un vuelo que salía a las 9 de la noche. Comieron algo y al faltar 40 minutos para salir el avión, abordaron.
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