viernes, 27 de marzo de 2015

Capítulo V: Regalo de navidad



Los siguientes meses pasaron inadvertidos. Flammer y Hada siguieron con su amistad junto a Herman. Sin embargo existía cierta rivalidad entre Actecmer y Delacour ya que ambos trataban de ser mejor que el otro de manera mutua y más durante las sesiones de entrenamiento que solían tener en el bosque prohibido.
Hada les enseñó las maldiciones que ella sabía para que Herman y Flammer pudieran defenderse ante cualquier hostilidad. Sin embargo, ella siempre salía antes que ellos por alguna razón que no les quería decir. Cuando llegaron las vacaciones de navidad, Flam, le mandó una carta a sus padres adoptivos diciendo que se quedaría en el colegio durante la temporada, algo que era perfectamente normal entre los de primer y segundo año. Herman, por su parte, decidió ir con sus padres al igual que Hada, por lo que se quedaría solo durante esta temporada.
El día que llegó para que se marcharan sus amigos llegó. Los acompañó a la estación de Hogsmeade de donde regresó triste porque sabía estaría lejos de ellos por algún tiempo. Caminó de regreso al castillo y bajó hasta su sala común, donde se quedó acostado en un sillón durante un tiempo pensando en todo lo que había pasado hasta el momento y sobre lo que el fantasma (o espíritu, aún no terminaba de comprender eso a la perfección) le había dicho de su familia y linaje de sangre. Estaba tan absorto en sus pensamientos que ni siquiera notó cuando demás gente entraba la estancia, sin embargo se percató de que algo no iba bien. Se levantó con la varita empuñada y caminó hasta su dormitorio. Al revisar que no había nada volvió a bajar con dirección a los baños donde se dio cuenta de que dos personas estaban dentro: un chico alto de quinto grado y uno más bajo de primero. El más grande sujetaba del cuello al otro mientras lo insultaba diciéndole «sangre sucia asqueroso» y más cosas por el estilo. Flammer, notó que era Jackers quien intimidaba al otro, así que sin temor alguno le gritó:
— ¡Oye, idiota! Déjalo en paz— Y al decir esto, el prefecto volteó a verlo soltando una risa y dejando caer al suelo de sentón al de primero.
— ¡Cállate! No puedes ni defenderte solo, ¿qué pretendes hacerme? —Le retó este mientras Flam dibujaba una pequeña sonrisa en su rostro.
—Vamos, idiota. Demuestra que tu sangre es tan limpia como dices y que puedes vencer a un niño de primero, ¿o eres tan inútil que solo con aquellos que no sabemos hechizos puedes meterte? —Al decir esto, hizo rabiar a Jackers quien sacó su varita —Expelliarmus— gritó tratando de desarmar a Actecmer, quien, como le había enseñado Hada, invocó un hechizo escudo que le protegió.
—Oh, Jack, que idiota eres. ¿Cómo puedes usar un hechizo tan patético? ¡Levicorpus! —Y sin poder evitarlo, el chico de quinto quedó colgando por el tobillo —Te dije que no te volviera a meter conmigo. Pero como esta vez no fue directamente, te perdonaré, pero no te dejaré sin un castigo. —Y dicho esto, Flammer le lanzó una maldición que hizo que comenzara a salir de su nariz una cascada de pus. Cerró la puerta abandonándolo ahí y regresó a la sala, donde se encontró con una chica de cabello castaño, ojos con forma de rendija (tal como la de los gatos) de una estatura similar a la de él que nunca antes había visto.
—Hola… ¿Flammer, cierto? —Preguntó ella haciendo que el chico quedara atónito.
—Si… ¿y tú quién eres?
—Oh, lo lamento. Soy Marian Targaryan. Te he notado ya bastante, ¿sabes?
— ¿De verdad? ¿Eres también de primer año?
—Sí y sí. Lo que pasa es que eres uno de los favoritos de los maestros y te hablas con gente fuera la de la casa, sin contar que esto que acabas de hacer te hará algo famoso.
— ¿Por qué lo dices? —Preguntó Flammer sorprendido.
—Bueno, acabas de humillar a una de las personas más odiadas del colegio. Eso deberá contar.
—Él se lo buscó.
—Si, por eso te hablé. Gracias. Me había molestado antes al no querer decirle sobre mi estatuto de sangre y comenzó a decirme impura y cosas por el estilo.
—Bueno, no agradezcas. No es que lo hiciera por motivos personales, pero si, lo odio. ¿Te parece si salimos a comer algo? —Dijo el chico y ambos fueron al gran comedor. Platicaron durante todo el día yendo de un lado a otro, explorando el castillo y sus lugares más interesantes.
Al llegar navidad, Flammer, despertó algo tarde pues no contaba con recibir regalos, sin embargo, al ir a la sala común vio que había una caja envuelta en papel plateado con negro, tal y como en su casa le daban los obsequios, así que bajó y fue a revisarlo para llevarse la sorpresa de que, efectivamente, era para él. Cuando lo abrió sacó una túnica negra, un par de zapatos y pantalones. En otra caja, estaba un paquete de ranas de chocolate (cortesía de Hada) y un libro sobre familias de magos americanas (de Herman). Volvió a revisar el que estaba envuelto y notó que al fondo había un medallón de oro con grabados de plata. Era una llama siendo atravesada por dos espadas con una A por detrás. Al verlo se sintió aliviado y con una extraña sensación de poder. Vio también una nota al final.
El verdadero poder de una familia está donde reside el corazón, la esperanza y la lealtad de sus miembros, no cuantas personas la conformen, porque incluso la familia real más grande y poderosa puede verse corrompida por las envidias y egoísmos.
Sin terminar de entender esto, se colgó el regalo al cuello y salió a comer. No tardó mucho pues sentía una sensación de vacío en la panza. Sólo saludó rápidamente a Marian y corrió directo al bosque prohibido, justo al mismo claro donde habló con su madre aquella vez con la esperanza de que volviera a suceder.
Al llegar, se sentó en la piedra y volvió a recordar a su madre.
—Hijo, ¿qué haces aquí de nuevo? —Dijo la misma voz femenina de aquella vez.
—Madre, necesito que me expliques, ¿qué es esto? —Dijo mostrándole el medallón, haciendo que la mujer pusiera los ojos en blancos y con expresión de susto.
— ¿De dónde lo sacaste? ¿Quién te lo dio?
—Me lo regalaron hoy, estaba junto a esta carta. —Dijo Flammer y después de leer el escrito, su madre quedó pensativa y habló:
—Hace muchos años, la familia Actecmer era poderosa. Tu padre, era un mago tenebroso, le encantaba crear y experimentar así que creó ese medallón, el cual hechizó para que solo el último de la casa pudiera obtener el poder que ahí metió. Es uno muy grande; logró encapsular los años mágicos forjados durante las guerras y la grandeza acumulada en un simple objeto: «Es como un horrocrux, pero en vez de meter el alma después de matar, metes la esencia del poder. Cualquier familia sangre pura ya antigua podría tener una, pero soy el primer en saber cómo hacerlo» Fueron sus palabras y lo guardó en la mansión donde vivíamos, pero cuando tuvimos que escapar lo olvidó ahí y al momento de mi muerte, pensé que estaría seguro, pero aparentemente alguien rompió la barrera mágica que pusimos.
—Madre, ¿qué es aquello que me dijiste que hay en la mansión? Puede que no esté tan seguro como pensabas.
—Lo sé, mi niño, pero no puedo decirte. Lo que sí puedo mencionarte son un par de cosas y nombres que te ayudarán a llegar ahí antes. También te fortalecerán, pero debes tener cuidado.
— ¿Por qué?
—Son personas peligrosas. Todas están muertas, pero puede jugar con tu mente y hacerte creer cosas que no son ciertas.
—Me arriesgaré. Tengo amigos que me cuiden y yo de ellos.
—Quiero que los memorices. Si te ven estos nombres puedes tener serios problemas, ¿de acuerdo? Albus Dumbledore Tom Ryddle, Severus Snape, Bellatrix Lestrange y Arthur Delacour. Primero habla con Albus y evita a toda costa mencionar los otros nombres. Te ayudará a entender bastantes cosas y te harán un gran mago, ¿de acuerdo?
—Claro, madre. ¿Algo más que debas decirme?
—Sí. Cuando hables con Ryddle, muestra respeto y pídele que te ayude a realizar el hechizo de portal, al igual que el de Horrocrux y el de volar sin escoba. Y jamás vuelvas a venir aquí a llamarme. Me duele hacer esto, hijo, pero es lo mejor. —Dijo la mujer y desapareció. Flammer, aturdido, salió del bosque pensando en todo esto. ¿Debería contarles a sus amigos? Sí, pero no decir los nombres o se podían asustar… Se lo contaría primero a Hada, por alguna razón se sentía en confianza con ella aunque sabía de su temperamento.
Cuando regresaron de vacaciones de navidad, Flammer habló con sus amigos sobre lo que había pasado sin darles los nombres. Decidieron que el mejor momento para ir sería esa misma noche, y así lo hicieron. Se vieron en el vestíbulo a las 00:30 horas y salieron rumbo al bosque prohibido. Una vez llegaron, caminaron hacía el claro donde tenían que ir. Actecmer se paró en medio y pensó en el primer nombre. En ese momento, un mago anciano, con larga barba blanca emergió de la nada y con su suave voz dijo:
— ¿Qué pasa aquí? ¿Cómo han encontrado este lugar? —Preguntó la imagen del anciano desconcertada.

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